En el vaivén del metro, las páginas se convierten en puentes entre desconocidos, tejiendo una red de lectores en medio del bullicio urbano, que conecta de manera silenciosa a múltiples universos, y esto, con el acto imperceptible de la mirada. Tras esas miradas surge la pregunta, ¿Puede contagiarse la lectura? Es decir, si alguien entra a un vagón del Metro de Medellín con un libro físico, ¿Puede provocar que otros más comiencen a leer? Esto teniendo en cuenta que todos los demás están conectados a sus teléfonos, deslizando sus dedos en las pantallas de forma infinita hasta nunca acabar, y cuando llegan a su destino, la realidad de una rutina los consume nuevamente.
Parece ser que el acto de leer en público, en una sociedad hiperconectada como la nuestra, se ha vuelto un acto de rebeldía, y más cuando ese acto de leer es por medio de un libro físico, que se puede tocar, tachar, o marcar de ser el caso, pero que llama la atención de todos los demás, pero sin duda alguna el olor característico de las hojas de un libro, son la motivación de seguir apelando a esa rebeldía.
Las anécdotas que les contaré a continuación sucedieron mientras voy y vengo de la universidad, en las mañanas, tardes o noches, después de extensas jornadas, viendo a muchas personas cuando se movilizan a lo largo de esta ciudad.
Segundo semestre 2022
Eran cerca de las 10 de la mañana, me dirigía en el metro hacia la estación Poblado para ir a una de mis tantas clases que tenía aquel día; la mañana era soleada, todo aparentaba que sería un día bastante caluroso; en mi bolso siempre debe de haber un libro, pues suelo decir: “Uno nunca sabe, cuándo lo va a coger a, una espera bien berraca, y por eso es mejor tener un libro”.
Retomo la lectura donde la había señalado desde el día anterior. Pues leer en el transporte público para mí es un acto recurrente, cambio el revisar mi teléfono y estar en las redes sociales, por las hojas físicas de un libro de cualquier procedencia. Las páginas fueron pasando una, tras otra, estaba tan sumergido en la lectura que nunca me di por enterado que estaba sucediendo a mi alrededor, pues siempre escucho música cuando leo, me permite tener una mayor concentración; levanté la mirada por un momento y me doy cuenta de que solo me faltan dos estaciones, vuelvo a la página; aunque levemente alcanzó a divisar en el costado central del tren que iba una chica, que también se encontraba leyendo. Continúe con mi lectura, y en la siguiente estación me di cuenta de que la joven está leyendo al mismo autor de mi libro, las miradas de ambos se cruzaron, ninguno de los dos dijimos nada, pero, encontramos rápidamente una conexión por medio de un libro y un autor usando nuestras miradas para ello.
14 de febrero 2024
Es una mañana fría y bastante gris, de acuerdo con el pronóstico del clima, ese día sería bastante frío. Mismo sitio, diferentes momentos, esta vez eran cerca de las 7:20 de la mañana. Esta vez un autor diferente en mis manos, Amor en los tiempos del cólera, sería la obra literaria que me acompañaría para esa ocasión; inicié con la lectura, alcanzó a divisar levemente como una mujer leía “Cómo hacer que te pasen cosas buenas”, luego a mi izquierda logré notar como un joven leía a John Katzenbach, no logré identificar qué texto era, pero sí era de un color azul. Enfrente de este joven, una persona más adulta con su teléfono de una forma particular, en sentido horizontal, logré percibir cómo su dedo “va subiendo la página”, aunque nunca pude confirmar de qué libro se trataba.
En el viaje de regreso, sobre las 7:00 de la noche, continúo con la lectura de Amor en los tiempos del cólera, pero lo que pasó me resultó curioso, pues, algunas personas, al verme sacar este libro, me miraron extrañados, y vieron un poco sorprendidos la novela que era.
19 de febrero de 2024
Aquel lunes, después de salir de clase de inglés, entré en la estación Poblado con dirección al norte, al municipio de Bello; este trayecto dura poco más de 35 minutos, luego de acomodarme para leer, encuentro un joven con camiseta amarilla, vestido de forma más bien deportiva, ubicado al frente mío, este había ingresado en la estación Industriales, saca un libro de su bolso, logré ver que era El Psicoanalista de John Katzenbach.
Disperso por escribir los detalles de este primer texto, mi mirada encuentra una joven de tes blanca, toma asiento en una de las sillas que había disponible en aquel vagón, tenía una blusa roja y unos converse blancos, de su pequeño bolso saca un libro, del que no pude determinar qué obra era, pero su portada, era de color naranja; el aura que transpiraba esta chica era de dulzura acompañada por una extraña curiosidad por la lectura del ejemplar que traía en sus manos.
El siguiente joven que se montó más adelante, y aquí no recuerdo con mucha precisión en que estación abordo el tren, lo que resalto, de este joven fue el contraste constante de su forma de vestir, e incluso hasta su libro tenía elementos similares; su camiseta de color negro, contrastó de forma seguida por un pantalón blanco. Luego de tomar asiento, pude apreciar con mayor detalle la portada del libro, aunque tampoco logré descubrir de qué ejemplar se trataba, solo logré reconocer que la portada tenía un gato a contraluz, acompañado de unas letras negras.
06 de marzo de 2024
Martes, 8:11 de la noche, venía en el metro, esta vez sin leer, pues la jornada había sido extensa y el agotamiento ya se sentía en el cuerpo, en la estación Industriales se monta una chica no muy alta, en su recorrido al interior del tren para acomodarse, golpea ligeramente mi bolso, mi respuesta inmediata fue mirar, ella asustada pide perdón, se acomoda en lo que será su sitio de viaje y antes de iniciar con la lectura nuevamente me mira, de forma espontánea me pide perdón otra vez, yo solo la mire a los ojos, ella se sonrojó; hasta este momento no había notado que en su mano derecha tenía un libro blanco, con letras moradas dónde destacaba el separador del libro que era una imagen de Jesús, e igual que las veces anteriores tampoco pude determinar qué libro era, pero todo indicaba que se trataba de un libro de estudio de la biblia. Pero es de mencionar como independientemente de la hora, siempre hay alguien con un espacio para leer.
04 de abril 2024
Finalmente, el último encuentro que logré recopilar, de la importante cantidad de personas con las que me he encontrado leyendo en el Metro de Medellín, es este encuentro, que aunque efímero sucedió sobre las 11:40 de la mañana, de aquel jueves, iba de camino hacia Bello, en la estación Industriales un señor, que ya por su rostro y demás elementos que llevaba podría estar rondando los 30 años; saca de su bolso un libro de pasta roja y negra; busca rápidamente el punto donde continuaba su lectura que ya estaba sobre el final del libro, se acomoda a mi costado derecho, pues yo iba en el intermedio de los vagones de los trenes nuevos, puedo apreciar, porque esta vez sí logro determinar que el libro era “1984” de George Orwell.
De acuerdo con estadísticas entregadas por el DANE durante el 2023 por medio de la Encuesta Nacional de Lectura, el promedio de lectura de libros por persona es de 5.1, aunque estos datos pueden variar, pues según la Cámara Colombiana del Libro el promedio de lectura es de 2.7 libros por personas, datos que pueden ser un poco preocupantes, pero lo que he podido ver en el metro de Medellín es una evidencia clara que el tiempo lo podemos aprovechar, mientras nos desplazamos de un lado al otro, para leer un poco, que por cierto, esto no le sienta mal a nadie, o quizás sí, nos afecte a cada uno de nosotros, con toda seguridad nos puede mejorar desde muchos aspectos, pero eso es otro tema, para otro viaje en el Metro.
Por: Santiago Bedoya Martínez
Editor: Alejandro Correa
Fotografía: Juan Camilo García