La gallineta americana y el trepatroncos piquirrecto son
aves que no se habían avistado en el Valle de Aburrá. Y el barranquero andino y
el tucancito esmeralda, solo en algunas zonas altas y rurales. Desde 2020,
estas aves han sido vistas en el corredor biológico aledaño a la planta de
tratamiento de aguas residuales (PTAR) Aguas Claras.
Además de estos registros inéditos, otras aves están apareciendo más que antes. Es el caso de la guacharaca colombiana, la carcajada y el azulejo montañero. Junto a estas, también han aparecido más reptiles, anfibios e insectos, lo que da cuenta de la recuperación ecosistémica de la ribera del río Medellín a la altura de la PTAR, en Bello.
Ver más aves es una buena noticia para todo el ecosistema. Se explica porque, con la siembra de más de 3.100 árboles en el corredor ambiental, “ha incrementado la oferta de sitios de percha, anidación, madrigueras, refugio y recursos para la fauna silvestre”, según explica Sebastián David Pescador Romero, profesional ambiental de la planta Aguas Claras.
Lo que hay detrás de la aparición de nuevas especies es una apuesta más grande de la PTAR para proteger y recuperar el agua más allá de sus instalaciones. Si bien su infraestructura está diseñada para sanear el agua que llega por la red de alcantarillado antes de verterla al río Medellín, por fuera de esta busca que las cuencas hídricas estén más limpias.
Este objetivo, dice Pescador Romero, se busca a través de tres estrategias. La primera consiste en evitar que lleguen aguas residuales a 16 microcuencas de Bello. Esto se logra a través del alcantarillado, pues su propósito es evitar que el agua contaminada llegue a los cuerpos hídricos principales y secundarios que, a su vez, son brazos del principal: el río Medellín.
En esta tarea, la PTAR se ha enfocado en sus quebradas vecinas: La Seca y la Niquía, que “históricamente han sido receptoras de todos los vertimientos de Bello”, explica Pescador. Es por eso que en sus cuencas también fueron sembrados árboles, pues la reforestación es una de las formas como mejor se pueden impactar las fuentes hídricas y todo el ecosistema alrededor. La siembra y mantenimiento de los árboles es la segunda estrategia.
Otras microcuencas donde han sembrado son Santa Ana, Belalcázar, Chagualones, El Hato, La García, La Guacamaya, La Guzmana, La Loca, La Señorita, Las Vegas y Merizalde, así como La Seca, la Niquía y Piamonte. Esta última, cercana a la Autopista Norte, fue declarada zona de reserva y Aguas Claras participó con la siembra de cerca de mil árboles.
“Casi que bombardeamos de árboles todo el municipio”, explica el profesional ambiental. También aclara que, tras la siembra, el mantenimiento se hace por cerca de cinco años, para garantizar la subsistencia de todas las especies vegetales que, en casi el 80 %, son nativas.
La tercera estrategia busca evitar que a los afluentes lleguen químicos contaminantes. Para esto, la PTAR convierte cerca de 120 toneladas diarias de residuos retirados del agua en biosólidos que sirven como fertilizantes naturales. A costo cero, son enviados a todo el departamento como una forma de devolverles sus nutrientes a las tierras que producen los alimentos del Valle de Aburrá y de evitar que el agua sea contaminada.
Los impactos de estas estrategias son de largo plazo, pero en algunas zonas ya se nota la recuperación. Es el caso del corredor entre la PTAR y el río Medellín, que se ha reverdecido y sirve de hogar a más fauna que antes. El objetivo de la planta es que esa zona se amplíe, desde Moravia hasta Copacabana, porque consideran que su labor no se limita a retirar residuos del agua, sino que es contribuir a restaurar los ecosistemas y con ellos mejorar la calidad del agua desde sus fuentes.